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Universidades “virtuales” después de un año de pandemia

Estamos a punto de terminar el tercer cuatrimestre de la denominada “educación remota de emergencia” en las universidades. Sin embargo, todavía no se resuelven muchos de los problemas que surgieron los primeros días de universidad virtual. Por un lado, se hizo evidente una brecha tecnológica entre los estudiantes. Esto se acentúa al no existir una estrategia de evaluación que los profesores consideren confiable, y los alumnos justa. Por el otro, de ambos lados de la pantalla hay quienes intentan sabotear esta metodología de enseñanza.

Muchos esperan que esos problemas se resuelvan con la vuelta a las aulas, pero ¿Cómo estamos seguros de que esta vuelta esté cerca? O lo que es peor, ¿Cómo sabemos que no podrá repetirse una situación similar? Y cuando estemos en las aulas, ¿podríamos afirmar que nada de la educación a distancia merezca ser destacado?

En las siguientes líneas no busco defender la virtualidad de las universidades, aunque mi postura es a favor. Pretendo plantear los problemas que veo como alumno, y buscar posibles soluciones. También pretendo buscar como enriquecer las aulas analógicas una vez que volvamos a ellas.

Un poco de contexto

La educación a distancia fue históricamente concebida como una “opción devaluada” y lamentablemente muchos opinan que su empleo y el nuevo régimen de universidad virtual conlleva una caída en la calidad (1). En la mayoría de los casos las carreras no incorporaban actividades virtuales relevantes a las asignaturas.

Hoy en día nadie puede discutir que lo digital forma una parte cada vez más grande en nuestra vida. Pero esto nunca tuvo una presencia destacada en el espacio analógico de las aulas.

Debemos reconocer que existen limitaciones traduciendo las propuestas de enseñanza presenciales en virtuales. Pero me parece importante destacar que la pandemia creó un espacio para repensar la transmisión de conocimientos en el mundo digital en el que vivimos.

Problemas

Acceso, y no solo a tecnología

La pandemia no solo puso en evidencia las desigualdades sociales, territoriales, culturales y de género en el acceso a la educación universitaria. También agregó a la lista de desigualdades el acceso y uso de tecnología, principalmente internet y computadoras.

El acceso a internet y los dispositivos necesarios no es democrático. Solo el 64% de los hogares en aglomerados urbanos tienen acceso a una computadora. Si lo analizamos por habitante ese porcentaje baja a 41%, lo que significa que solo 4 de cada 10 adultos tiene una computadora. Es decir que si bien puede haber una computadora en el hogar no pertenece o probablemente no pueda ser usada por al estudiante (2). Sin hablar de los casos en que hay más de un alumno en el hogar.

El 88% de la población tiene acceso a un celular. Podríamos pensar que esto último resuelve el problema. Pero el uso del celular trae complicaciones de navegación, presentación de trabajos escritos, acceso a bibliografía y lectura entre otros. A modo de anécdota, puedo recordar en trabajo grupal del primer cuatrimestre de 2020 donde un miembro estaba retrasado con su parte. Conversando, nos comentó que lo estaba haciendo desde el celular.

Hubo varios intentos de solucionar este problema antes de la pandemia, como por ejemplo el plan Conectar Igualdad, donde se redujo la brecha de acceso a la tecnología. Pero la desaprobación del plan por un sector de la sociedad llevó a su suspensión. Así se dejó a los estudiantes de sectores con menos ingresos con menos posibilidades de acceder a una computadora. Entiendo que al comienzo de la pandemia la prioridad no fue este tema. Pero tal vez sea hora, más en este contexto de virtualidad, de plantear la necesidad de políticas de estado que permitan solucionar este problema.

Evaluaciones

La trayectoria de los estudiantes tiene que ser acreditada y evaluada, pero sin la posibilidad del tradicional examen parcial o final, en muchas cátedras se tomaron decisiones que son injustas a ojos de los estudiantes. La idea de evaluación tomó caminos encontrados durante de pandemia.

Algunas universidades exigían a los alumnos dos dispositivos: uno donde realizar la tarea asignada y otro que filme, desde otro ángulo, al estudiante. Este enfoque crea exigencias difíciles de cumplir para los sectores vulnerables o de bajos recursos.

Otras instituciones optaron por tomar exámenes con una combinación entre plataformas propias y asignaciones a resolver en Excel u otras aplicaciones. Como solución a la posibilidad de que los alumnos intercambien información, dieron plazos de tiempo muy cortos. La medida dio como resultado la imposibilidad de resolver el examen para alumnos que no contaran con una computadora. Además, puso una presión adicional sobre aquellos que tenían computadora, pero no mucho tiempo para pensar o revisar lo hecho.

Lo cierto es que no hay un criterio unificado, y no solo no se mantiene de un cuatrimestre al siguiente si no que puede cambiar de un parcial al otro. En muchos casos los alumnos no sabemos el método de evaluación hasta algunos días antes del examen, ni si cumpliremos con los requisitos tecnológicos para poder ser evaluados y no perder la materia.

Con esto no quiero criticar la educación a distancia, ni mucho menos las evaluaciones a distancia. Pretendo plantear la búsqueda de alternativas. Estas podrían ir desde trabajos de investigación y su correspondiente defensa, algo que hasta suena más parecido a una aplicación real de la asignatura, hasta un esquema mixto o personalizado para aquellos estudiantes que, por falta de acceso a la tecnología o algún otro problema, no puedan ser evaluados de forma virtual.

Los participantes

A los problemas de desigualdades mencionados anteriormente hay que sumarle una de las principales características de los estudiantes en Argentina: 60% también trabaja (3). No hay que explicar el impacto del aislamiento: pérdida de empleos, caída de ingreso en los hogares y la consecuente desorganización de la vida familiar. Además, y siendo muy partidario de la educación a distancia, no podemos olvidar que la disciplina, organización y compromiso necesarias no son las mismas que en el modo presencial. Esto pone en una situación crítica a muchos estudiantes y pone a prueba los mecanismos de ayuda de las instituciones. Pero no todo es malo, también tenemos que mencionar a aquellos que aprovecharon la virtualidad para iniciar o retomar su carrera universitaria.

En el otro lado, los profesores se vieron afectados por los mismos problemas y sumaron el desafío de trasladar las clases del pizarrón al monitor. En los primeros días se notó desorientación: podríamos resumir que por falta de tiempo se hizo un pasaje lineal de contenidos y metodologías que estaban pensadas para clases presenciales a entornos virtuales donde no eran para nada efectivos. Afortunadamente se vio una reorganización y en muchas asignaturas se enriqueció desde el contenido y estrategia de la clase hasta la bibliografía disponible para los estudiantes.

No voy a dedicarle líneas a profesores “poco motivados” ya que incluso en el aula analógica se ven profesores que actúan como si los estudiantes fuéramos, o bien recipientes vacíos y sin opiniones que llenar o recipientes sin capacidad para su asignatura.

Nota aparte sobre algunos alumnos

Lo que si considero grave es la aparición de grupos de alumnos que pretenden burlar los métodos de evaluación aprovechando la virtualidad. A estos últimos se suman los tradicionales “profesores particulares” que ahora no solo dan clases de apoyo si no que lo extienden al examen. Estos dos últimos participantes atentan contra la educación a distancia, da motivos a los defensores de las ideas sobre su baja calidad y genera constantes cambios en las evaluaciones que perjudican a quienes nos esforzamos por continuar nuestras carreras. No creo que haya que ignorar a este pequeño grupo, todo lo contrario. Tal vez una justa aplicación de normas y sanciones pueda desalentar este comportamiento sin perjudicar a quienes ponemos todo de nuestro lado para mejorar la educación virtual y poder mantenerla incluso cuando termine la pandemia.

Futuro

Podríamos decir que hay sociedades o culturas que se concentran en el futuro. Pero también hay otras que prefieren enfocarse en su momento glorioso del pasado. Las primeras perciben el progreso como algo inevitable que las llevará a algo mejor. Sin embargo, en Argentina es muy fuerte el relato decadentista de “todo tiempo pasado fue mejor” (4).

Muchos profesores utilizan a menudo la frase “esto en el aula era distinto”, donde distinto se usa como un sinónimo de mejor. No niego que esas clases en las aulas analógicas hayan sido excelentes, pero gracias a la las aulas virtuales muchas asignaturas sumaron nuevas herramientas que en la mayoría de los casos enriquecieron la experiencia. ¿Por qué no tomar estas cosas nuevas para mejorar las siguientes clases presenciales?

¿Una vuelta gradual?

En el caso de darse una vuelta gradual la presencialidad debería apuntar a grupos reducidos y prioritarios. Es decir que debería enfocarse en aquellos alumnos que, por distintos factores, y principalmente par falta de acceso a las tecnologías necesarias, tienen dificultades con las clases virtuales.

¿Y después?

Tenemos que pensar cómo podemos enriquecer la presencialidad una vez que la recuperemos. La velocidad con que las universidades tuvieron que responder a las nuevas demandas no dejó tiempo para evaluar los métodos utilizados. Así como no podemos negar que el vínculo pedagógico que se crea en el aula analógica juega una parte importante en la enseñanza, tampoco podemos negar que la cultura digital ya es parte de nuestras vidas y una vuelta a las aulas analógicas sin incorporar parte de esto, sería un desperdicio.

Por otro lado, que parte de la educación universitaria pueda ser remota facilitaría una revisión del contenido y el acceso a ellas. Sabiendo que la mayoría de los estudiantes universitarios también trabaja y en general no vive cerca, eliminar el tiempo de viaje sería algo sumamente positivo. Esto también ayudaría a alumnos que antes tenían que plantearse cambiar de ciudad dejando sus familias y amigos atrás para poder cursar determinadas carreras.

Finalmente, también creo que el replanteo mencionado en el párrafo anterior va a facilitar un reformateo en la duración de las carreras. Los tiempos de cursada están pensados por fuera de la realidad de los alumnos, y el tiempo de cursada no coincide con la duración teórica. Solo el 26% de los alumnos en universidades públicas egresa en el tiempo teórico esperado.


(1) Las universidades y el compromiso de seguir enseñando

(2) Acceso y uso de tecnologías de la información y la comunicación. EPH. Cuatro cuatrimestres 2020.

(3)(5) Síntesis 2019-2020 Sistema Universitario

(4) Mitomanías Argentinas, Alejandro Grimson. Siglo XXI Editores.